domingo, 13 de octubre de 2013

Reconocer la evidencia

Lc 17,11-19
 
A Jesús no le ha paralizado la persecución y la amenaza contra su propia vida. Tanto es así que no huye de un destino y final evidentes. Ha tomado muchas decisiones en su vida. Todas ellas responden al mismo dinamismo: que todos tengan vida abundante.
 
Evidentemente, para mantener esta aspiración y hacerla real, ha tenido que hacer su propio camino. Así, desapropiándose de sí se ha hecho dueño de sí. Y dueño de sí, se ha dado a la humanidad en un gesto de total autenticidad, libertad y gratuidad.
 
Por eso, sigue en camino. En el camino aparecen oportunidades continuas para vivir su desafío de Reino. Una de estas oportunidades se encarna en diez leprosos, diez excluidos y proscritos. Jesús los provoca cuando en el camino  se acercan a Él pidiendo curación. También provoca a quienes le escuchan: ¡vayan a los sacerdotes, ellos les ofrecerán la curación que buscan! Y efectivamente van. Se sienten curados antes de llegar a recibir una pureza acreditada por las autoridades religiosas.
 
El mensaje es claro: el sacerdocio del Templo es incapaz de curar. Un predicador insignificante, que transita los caminos de los excluidos y se mezcla con ellos sí lo es. Lo curioso está en que sólo uno de los que han experimentado la curación se atreve a reconocer algo tan evidente. Es samaritano. No tiene nada que perder. Su estigma social es doblemente contaminante: ser leproso y ser extranjero. Por eso entiende tan rápidamente el mensaje de Jesús. Se identifica con él que también es  una especie de proscrito, perseguido ideológica y realmente por los poderes y autoridades. La fe que hace aparición en este samaritano –considerado impío e increyente- está amasada en la solidaridad con Jesús de Nazaret. No es una fe doctrinal, sino una fe que se basa en la experiencia de haber sido liberado, curado y sanado por un hombre como él. Jesús afirma que es ésta la clase de fe capaz de salvar y la que permite que la gente recobre serenidad y paz.
 
A los ojos de Jesús y desde la experiencia de este pequeño hombre curado queda claro que el sacerdocio del Templo es incapaz de realizar su llamado original: congregar a los hijos de Dios dispersos y ofrecer salvación y curación al pueblo entero. Manteniendo en los márgenes a los leprosos, enfermos, mujeres, pobres, pecadores, extranjeros y prostitutas, lo único que hace es profundizar su lejanía de lo que Dios quiere realmente. Entonces su mensaje se hace hueco, ruidoso, estridente y moralista y no engendra vida.
 
La Iglesia misionera de Sucumbíos debe vigilar continuamente para que no se le cuelen los mecanismos de la opresión. Tiene constantes oportunidades PARA COLABORAR EN LA DESAPARICIÓN DE LAS FRONTERAS Y SALIR A LOS CAMINOS donde se encuentra la gente sufriente y donde se descubren las causas de la injusticia.
 

Ø  Y hacerlo como este Jesús, en medio de la persecución y amenaza por su convicción profunda de que deben desaparecer las fronteras - de la pureza, o de la raza, o de la ideología, o del género, o de la economía -  que inventan los poderosos y mantienen los intransigentes. Y no dejar  que a esta Iglesia se le arrebate el privilegio de la sencillez y la pobreza de medios.

Ø  El reto estará desde luego en nuestra capacidad para seguir saliendo a los caminos de la misma manera que hizo Jesús y ofrecer un tipo de salvación que no puede producirse desde los cálculos del poder, la conformidad con la injusticia, el fanatismo, el moralismo o la ambición religiosa.

 

Quizás se nos conceda poder ver cómo surge una fe en la gente mucho más honda y profética, nacida del encuentro amistoso con ese Jesús que  se enorgullece de quienes intentan hacer con sus vidas lo mismo que Él hizo con la suya y respalda todos los intentos de aquellos y aquellas que son capaces de ver algo mucho mejor y reconocerlo agradecidos, mientras buscan la bendición de la oficialidad religiosa.
 
Mientras, nos podemos preguntar…  

-         Si nuestra creatividad y capacidad de retar se parece a la provocadora palabra de Jesús que evidencia lo que hay: vayan a los sacerdotes y busquen en ellos la curación.

-         Si en función de las respuestas que recibimos, podemos calibrar o no la hondura de la fe en las personas y los grupos y podemos percibir dónde se encuentran las raíces de la exclusión, la discriminación y la tenacidad de las fronteras: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?"

-         Si más allá del poder que podamos ostentar, hay una autoridad evangélica que podemos ejercer para que muchos y muchas puedan levantarse de sus postraciones y seguir caminando en paz: Levántate, vete; tu fe te ha salvado."